Nuestro hogar es un espacio de luz y quietud, dedicado al culto de la culinaria pura y los rituales del vino, café, el compartir de una hogaza de pan y la mantequilla de campo dorada como el sol de veranillo.

Nos rodea la naturaleza, las flores, los amigos, el aire limpio y una gigantesca necesidad de dar.

Deseamos entregar generosamente una cultura basada en el amor, el tiempo y los sentidos. Comer, beber, reír, bailar y compartir. Dibujar las líneas de una vida, alejada del ruido y la prisa de la gente, observar cómo se forman las curvas vegetales en una huerta y cómo nacen los colores de la felicidad entre alas inquietas de animalillos curiosos.

Veneramos la simpleza, la pureza, el silencio, la luz natural y los aromas de la tierra. Volver a lo de antes, regresar a nuestros orígenes, detenernos ante la sonrisa desconocida y escuchar historias bonitas contadas por forasteros.

El pan es nuestro salvador, el elemento que define con su divinidad nuestra mesa compartida, manos que se juntan a copular en un espacio creado para el disfrute, el rescate de las sensaciones olvidadas y el descanso.

Detenernos y oler, quedarnos quietos y dejarnos tocar. Hay una voz en el lugar que nos llama y nos dice comamos.

Enseñar y cultivar la sabiduría de la alimentación verdadera, humilde y bondadosa, sincera, accesible, de estaciones, de pueblos, hecha a mano, comprendida y transmitida.

Viajar, volar y vivir.

Hay un mundo pluricultural, colorido y multisápido que recorrer. Hay tanto por ver y oler, tanto que escuchar.